viernes, 7 de octubre de 2011

Lo malo de la idolatría

Ha muerto otro icono social. La muerte, al fin y al cabo, nos alcanza a todos, para sorpresa de algunos. Era un personaje muy conocido, un tipo de esos geniales que da este siglo maldito. Un triunfador. Y yo, como tantos otros, tambien hijos de nuestro tiempo, me veo en la obligación de dedicarle unas letras, unas palabras. La diferencia es que las mias no serán en tono de lamento. Aunque no tenga nada personal contra este señor.


Ha inspirado y sigue inspirando, o eso dicen ellos mismos, a montones de gente. Su exitosa vida, su meteórica carrera, es una de esas nuevas estelas a seguir, igual que siglos atrás se seguían las estrellas para descubrir nuevos territorios. Para realizar sueños como los que él tuvo. Sus citas, de las que he leido a montones estos últimos dias, animan a la gente a ello. Y tengo que admitir que suenan estupendas. Como decía antes, no tengo nada personal contra él. Pero todo ese brillo que se ha acumulado por encima suyo como puto maná caido del cielo no me bastan para dedicarle otras palabras que no sean estas. Ni siquiera me hacen salir un “Descanse en paz” que sería lo más justo para presentar respetos, si es algo que me planteara hacer.


Me voy a explicar. Todos los dias mueren miles de millones de personas (cálculo muy aproximado); pero sólo la muerte de personas de su calaña se anuncian a bombo y platillo. Entiendo, comprendo y acepto este hecho, ya que su muerte significa un impacto en las consciencias de las personas a las que llegó sea como ser humano, o líder, o empresario, y su número es muy elevado. Estamos ante una nueva de interés generalizado. Estos días se podrá leer o escribir o visualizar, mayoritariamente, en los mismos aparatos que él creó. Yo mismo lo estoy haciendo. Este tipo triunfa incluso después de su muerte. Si tengo que definirle con una palabra, sería ídolo. Si vendieran imanes de notas de nevera con su casi sacra esfigie, la gente acudiría en masa a adquirir uno. Así podrían anotar la lista de la compra bajo su atenta mirada, como si fuera la lista de pasos para la realización personal.


Lo que no acepto, aunque sea capaz de comprender y entender, es la masiva ola de sospechosa congoja que parece recorrer los corazones de la gente cuando a las Parcas se les ocurre segar un hilo teñido de dorado. Son todas esas frases de despedida que pululan en cosas como twitters, facebooks y pueblan el mundo digital lo que se me atraganta. La mia no sería tan amable, vendría a ser: Púdrete en el infierno.


¿Qué nos ha dado este señor? Sólo una imagen más en la que reflejarse. La imagen de la excelencia que provoca insomnio a aquellos que quieren encajarse en ella. El estilo de vida que domina el pensamiento y las expectativas de lo que se quiere hoy. Ese veneno llamado “triunfar en la vida”. Esa línea de meta tan inalcanzable para tantísimos que inexplicablemente no pueden ver que cruzarla significa penurias para la inmensa mayoría de los demás; es bien sabido que la detentación de la riqueza y la fama por parte de un solo individuo empobrece al colectivo.


Concluyo: es lo malo de la idolatría, que ciega. Se deja de tener en consideración lo más importante que puede aportar una persona a los demás: el amor. Estoy convencido de que el ídolo que hoy es llorado amó y fue amado (uno tiende a pensar esas cosas de la gente a la que no conoce), y eso es lo que le hace importante, eso es lo que le equipara con todos lo demás. Y es triste, porque no se le recordará por ello dentro de cien años, ya que nadie pasa a los anales de la historia por algo tan pasajero como el amor. Lo que nos hace comunes no deslumbra a nadie durante demasiado tiempo, aunque sea algo tan hermoso como un sentimiento que nos hace mejores.