Kenvisel nos encuentra en la puerta del garito
de esta noche. Hemos salido a echar el piti de la media parte, después de la
primera birra. Viene zigzagueando por la calle, con una mediana en la mano y
los ojos brillantes. Lleva una camiseta amarilla con la estampa de la Virgen de la Muerte,
comprada, según él, en Venezuela. Es una virgen clásica: cabeza ladeada, corona
de espinas, y llora una lágrima negra, pero sostiene un revólver que apunta
hacia afuera, entre una banda con las palabras “hates” y “pain”. Kenvisel es un
tio excepcional, que ha leido a Dovstoievski, a Trotski, a Freud y a Nietzche.
Su compañero de piso, o más bien el nota que le
ha invitado a vivir en su casa, se llama Adolf, aunque a él le gusta llamarlo
“El Puto Manco”. Le ha regalado dos libros más, dos biografías. Una de Lluis
Companys y otra de Durruti (que nació en León pero era vasco, y está enterrado
en Barcelona). Alcohólico de pro, nos informa, Adolf era breakdancer y perdió
el brazo y a su novia en un accidente de coche. Desde entonces, se levanta a
las nueve de la mañana, siempre puntual, y empieza el dia como lo acaba, a base
de “barreshas”. A Kenvisel le recuerda a su propia madre, también alcohólica y
jura que a quien le toque al Puto Manco, se lo come, porque es vasco, de
Vitoria, y los vascos ante todo, son gente leal. Admirador de todas las
disciplinas de dar hostias que uno puede imaginar, Kenvisel insiste en
explicar, y en demostrar, cuales son mejores para darle una paliza a alguien en
plena calle y no dejarle marca, para no tener problemas con la policía al dia
siguiente. Nos lo cuenta con la amargura de la raza: esta tarde ha estado con
un compatriota suyo, de apellido Atiega, y quería partirle la cara, pero no ha
podido ser. Los Atiega son de las familias más ricas de Euskadi y si se te
ocurre hacerle algo a uno de sus miembros, ni que sea un bofetón, al dia
siguiente te montas en tu coche y vuelas. Puf, así te lo digo.
Kenvisel insiste en acompañarnos dentro del
bar, y para ello debe dejar la botella de cerveza en la puerta, lo cual es una
lástima, porque tiene restos de cocaína en el morro. Kenvisel ha sido
presidente y vicepresidente de una asociación de circo allá en Guipuzkoa. Ha
sido figurista, acróbata de suelo y practica el yoyó a dos manos. Mientras mi
compadre pide en la barra, Kenvisel se da cuenta de que no soy un tipo muy
hablador y le pregunta a la chica de la mesa de al lado si tiene novio, pero en
broma. Cansado de aspavientos, vuelve a centrar su atención en mi y me pide el
chivato del tabaco. Tardo en sacarlo del paquete, a propósito, y él se va
poniendo cada vez más nervisoso. Cuando se lo doy, envuelve en él tres o
cuatro pollos de farlopa, a la que quiere invitarnos. “Tengo aquí un rocón, un
farlopón, que lo flipais” nos dice, y asegura que ha experimentado con muchas
drogas. Eme, speed, setas, pastis, muchas cosas. Kenvisel ha estado en Londres,
Dublín, Rabat, Estambul y en esos sitios ha perdido dientes, salud y mujeres.
Viene de Vic, de vivir con una chica catalana que conoció en Inglaterra y que
le abandonó a los seis meses. Él sabe que es difícil llevar su tren de vida y
que no le guarda ningún rencor, pero que menuda guarra.
Kenvisel nos pregunta si conocemos a Miguel
Hernández, el poeta del pueblo. Da puñetazos en la mesa para añadir fuerza a
sus declaraciones: que tenemos que luchar y no dejarnos comer por nadie; y la
camarera pasa por allí con cara de pocos amigos. A él le importa una mierda,
que de allí no le echa nadie. A mi me gustaría volver a ese sitio, pero estoy
demasiado ocupado tomando nota de lo que hace y dice como para preocuparme. Yo
tengo mi historia y mi personaje, y por mi, como si el garito acaba como
Gomorra aquella noche. Merece la pena. Kenvisel ha conseguido arrancarme unas
letras, porque a pesar de su actitud violenta, no hay maldad en su corazón ni
en su mirada. Todos los datos que nos ha dado sobre autores, libros, boxeo y
artes marciales son, hasta donde un servidor sabe, bastante exactos. Kenvisel
es un poeta guerrero y no le importa lo que la gente piense de él. Y el martes
hemos quedado en que nos llamaría para un fiesta de la hostia que va a dar en
casa del Adolf, que se va para todo el verano a Menorca.