domingo, 19 de febrero de 2012

Ridículos somos pero en el camino nos encontraremos.

Vamos por la calle de comparsa de un tio con un traje de mono, unas alas de hada y una peluca de geisha. Celebrando sus futuras nupcias de la manera tradicional, con una auténtica humillación pública camuflada entre cachondeo. Y mucha gente se queda mirando y ríe, o inclina la cabeza con aprobación. Pero a veces, ni los silbatos que llevamos nos sirven para llamar la atención y la gente pasa a nuestro lado sin inmutarse. Inmersos en sus propias historias, sin advertir siquiera la nota inusual que aporta el manquini verde chaleco reflector que viste al mono. Caras concentradas, casi tristes, que no ven más allá de su propia piel. ¡Cuanto se pierden!.


Nosotros no somos muy diferentes De rato en rato, nos contamos historias, nuestros cuentos personales. Compartimos, pues compartir es vivir. ¿Como te va con ella? ¿Que ha sido de lo vuestro? Ni bien ni mal, mucho rollo extraño y se acabó. Pues yo más de lo mismo, oye. No salió bien, nunca sale bien, de ninguna de las maneras. Pues ya vendrá, tú. A nuestro ritmo. El otro dia le toqué el culo a ésta, o más bien: se dejó tocar. ¿Que me dices? Así, como lo oyes. Una pequeña victoria sirve de bálsamo frente a continuas derrotas en una guerra larga.


Después de horas de patear el centro comercial en plan comando festivo se me ha quedado una anécdota grabada. La del camarero del Starbucks que habla japonés. Yo en ese momento estoy echando un piti fuera, pero me lo cuentan. Y me cuesta poco distinguir al sujeto dentro del superpoblado establecimiento: es el del tupé extraño.


Más tarde me encuentro en una sala oscura con música extraña, en la que destacan las lucecitas de colores del equipamiento que llevamos y las prendas con motivos blancos debido a lo que a mi me gusta llamar “luz negra”. De esa que resalta tus problemas con la caspa. El olor ambiental a sudor y los gritos y las maldiciones me impactan. Una vez, en clase de teoría de la comunicación, el profesor explicaba que lo que fijan los recuerdos en nuestra persona son las emociones. Personalmente, y además de eso, conmigo funcionan los sentidos. Olores, sonidos y gustos me suelen llevar a rememoraciones.


Cenamos en un restaurante atípico en esta zona del mundo. Tu pedido lo haces en una máquina que te cobra directamente, y esto me parece importante, antes de sentarte a comer. La diligencia es total, la eficiencia asiática en su máxima expresión. Los camareros te indentifican por una banderita con un número entero y te sirven. Y que bueno está todo y que barato, coño. Mientras como pescado crudo no me da tiempo a llorar por las ballenas muertas a manos de nipones locos; pero si a caer en la cuenta de que prefiero pagar después de tomarme un carajillo de baileys y con los deberes hechos, aunque el maître sea un estirado. Con todo, otorgamos al restaurante la condición de “el futuro”.


No hemos acabado aún. La zona de bacanal por decreto de la adolescencia barcelonesa queda a un tiro de piedra, pero hay gente emperrada en ir en el sigiloso y mortal tranvía, porque ya tenemos una edad. Esto me lo noto en el hecho de que voy entonando a Los Delinqüentes después de sólo tres cervezas. Envejecer, con todo, me gusta, pero me resisto a lo del tranvía. Soy sagitario y me gusta notar el frio en la cara mientras persigo flechas.


Un último apunte: normalmente, cuando el karma me envía señales, en mi rebeldía crónica me resisto a recogerlas; Pero es que al final de la noche, el sincrodestino entra en escena. Puto sincrodestino ¿por qué me haces esto?. Hoy no quiero ser rebelde. Hoy quiero hacerte caso y seguir el camino que me marcas. Hoy quiero ceder. Aunque sólo sea por un momento. Es importante cambiar lado a veces.